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José Luis Flores es escritor, investigador y creador de juegos como Mitos y Leyendas.

 

 

No estoy diciendo nada nuevo cuando señalo que el juego desarrolla un papel determinante en el desarrollo intelectual, emocional y físico de un niño. A través del juego, éste controla su propio cuerpo y coordina sus movimientos, organiza su pensamiento, explora el mundo que le rodea, explora sus sentimientos y resuelve sus problemas emocionales. En el juego con otros se convierte en un ser social y aprende a ocupar un lugar dentro de su comunidad.

Lo anterior, que aparece muy claro cuando hablamos de niños pequeños, profesores y padres parecen estar muy de acuerdo en este punto, pero tal acuerdo comienza a desaparecer conforme nuestros niños crecen, relegando el juego a una experiencia meramente suntuaria, menos relevante o edificante que a las horas de estudio o las clases magistrales dirigidas por profesores y expertos.

Aquí hay una invitación a otra mirada, a ver como el juego cumple de manera directa con la necesidad de entregar al estudiante las herramientas necesarias, lo que se llama crear andamiajes, que le permitan construir sus propios procedimientos para resolver una situación problemática, lo que implica que sus ideas puedan verse modificadas y siga aprendiendo.

Desde esta perspectiva, se considera al estudiante como poseedor de habilidades previas, sobre las cuales tendrá que construir nuevos saberes. Solamente habrá aprendizaje significativo cuando lo que se trata de aprender se logra relacionar de forma sustantiva y no arbitraria con lo que ya conoce quien aprende, es decir, con aspectos relevantes y preexistentes de su estructura cognitiva.

Las dinámicas educacionales que involucran al juego como un eje principal son especialmente eficaces para conocer el conocimiento previo del alumno, apreciamos su desempeño desde el momento en que comprende o no las reglas del juego propuesto. Un punto para tener presente es el proceso de ensayo y error. En los juegos un traspié se corrige, se enfrenta, se le quita la sombra prohibitiva. El error se hace liviano, y se transforma en un paso necesario en la ruta del aprendizaje.

La actividad en el juego es continua y, por eso, el juego implica creación, imaginación, exploración y fantasía. A la vez que el niño juega, crea cosas, inventa situaciones y busca soluciones a diferentes problemas. Niños y jóvenes se toman estas experiencias precisamente como eso, como un juego, de tal manera que el estudiante de forma entretenida, sin saberlo, aprende de la experiencia adoptándola como un ejercicio práctico y sobre todo, útil. Los jugadores/estudiantes se ubican desde el hacer, creando sentido frente al aprendizaje de manera rápida y eficaz.
A través del juego, buscamos despertar los talentos, las pasiones, y que se asocien las expectativas, tanto personales como sociales, con un horizonte de posibilidades lo más amplio posible; para conseguir esto una persona necesita instrucción, afecto, un ambiente propicio y una tremenda carga de un combustible al que llamamos imaginación.
No hay imaginación sin conocimiento basal, o un conocimiento común mínimo: para imaginar, yo necesito estar dentro de una cultura. En este contexto el juego crece en importancia ya que no es solamente reproducción del conocimiento cultural, sino una recreación del mismo, una reinvención que nos hace dueños de nuestros conocimientos.
Desde la sociología se ha descrito el juego como una forma de expresión de una cultura de pares que utilizan los datos de la cultura para dar cauce a su imaginación y, al hacerlo, producen re-creaciones. Los niños toman como punto de partida las cosas de la cotidianidad y en ese proceso de re-contar historias, que es el juego, dan origen a nuevas producciones culturales, generando conocimiento nuevo.
Así mismo creemos que las situaciones de aprendizaje deben ser pensadas como experiencias, como eventos que signifiquen y encarnen en nuestros y nuestras estudiantes. Para ello, consideramos factores como los siguientes:
Toda experiencia humana es aprendizaje.
Aprendemos en el conocer.
Aprendemos en el distinguir.
Aprendemos en el hacer.