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José Luis Flores es escritor, investigador y creador de juegos como Mitos y Leyendas


 

En mi adolescencia más temprana tuve un momento de profunda atracción hacia la ciencia ficción. Recuerdo un verano entregado a los libros publicados por Hyspamérica que publicaban, sin autorización, a grandes autores del género. Isaac Asimov, Ray Bradbury, Larry Niven, Clifford D. Simak entre otros clásicos de la futurología. Entre mis favoritos estaban aquellos que eran capaces de convencerme de la realidad de sus proyecciones, de los espacios que habría.

Conforme fui creciendo descubrí que los textos que más resonaban con mi persona eran las ficciones distópicas. J.G. Ballard aparecía enorme, con sus mundos inundados por el cambio climático, sus personajes alienados por sus elecciones de vida, sus enfermedades o sus deseos. Hoy muchos de estos textos parecen ser parodias de la actualidad más que una proyección del mañana, esto me parece especialmente real cuando llega la hora de pensar en el agua. Es que no estoy diciendo nada nuevo cuando digo que el aumento de la temperatura global ha traído consigo modificaciones en los patrones de lluvia, que a su vez provocan inundaciones y sequías cada vez más frecuentes, de las que se desprenden cambios en las estaciones agrícolas, toneladas de cultivos en riesgo y ,por lo tanto, inseguridad alimentaria y problemas de salud en todo el mundo.

Entre las consecuencias más fáciles de apreciar está la reducción constante de los depósitos de agua continental en todo el mundo a razón de un centímetro por año, en los cuales se concentra el agua dulce utilizable y disponible para consumo humano. Esto es un golpe directo a la humanidad, especialmente si pensamos que históricamente, la civilización ha florecido alrededor de los ríos y las principales vías fluviales; Mesopotamia, la llamada cuna de la civilización, estaba situada entre los principales ríos Tigris y Éufrates; la antigua sociedad de los egipcios dependía enteramente del Nilo. La civilización temprana del valle del Indo se desarrolló a lo largo del río ya mencionado y sus afluentes que fluían desde el Himalaya. Roma también fue fundada a orillas del río Tíber.

Desde un punto de vista biológico, el agua tiene muchas propiedades distintas que son críticas para la proliferación de la vida. Lleva a cabo esta función al permitir que los compuestos orgánicos reaccionen de manera que finalmente permitan la replicación. Todas las formas de vida conocidas dependen del agua.

Las Naciones Unidas estiman que, de 1.400 millones de kilómetros cúbicos de agua en la Tierra, solo 200.000 kilómetros cúbicos representan agua dulce disponible para el consumo humano. Solamente 0,014% de toda el agua de la Tierra es dulce y de fácil acceso. Del agua restante, el 97% es salina. La edición de 2018 del Informe de las Naciones Unidas sobre el desarrollo de los recursos hídricos en el mundo declaró que casi 6 mil millones de personas sufrirán de escasez de agua potable en los próximos treinta años. Este es el resultado de la creciente demanda de agua, y la clara reducción de los recursos hídricos.

Para el 2050, se predice que entre 4.800 millones y 5.700 millones de personas vivirán en áreas con estrés hídrico durante al menos un mes al año. Con el término estrés hídrico se retrata aquel momento en el que la demanda de agua es más alta que la cantidad disponible durante un periodo determinado de tiempo. En los cinturones de sequía que abarcan México, el oeste de América del Sur, el sur de Europa, China, Australia y Sudáfrica, es probable que las precipitaciones disminuyan aún más. La escasez no podrá compensarse con el suministro de agua subterránea, puesto que un tercio de ellos ya están en peligro.

También hay que tener en cuenta que en la calidad del agua se está sufriendo un grave deterioro. Desde la década de 1990, la contaminación ha empeorado la calidad del agua de casi todos los ríos de África, Asia y América Latina. Asimismo, se espera que este deterioro empeore aún más en las próximas dos décadas, principalmente debido a las escorrentías agrícolas de fertilizantes y otros agroquímicos que cargan los suministros de agua dulce.

La Organización Mundial de la Salud ha manifestado en varias ocasiones que el 85% de las causas de enfermedades y de muertes en el mundo, se asocian con el agua contaminada y la falta de acceso a la misma. América Latina no escapa a esta realidad: anualmente se reportan 150,000 muertes por enfermedades hídricas, 85% de las cuales, ocurren en niños menores de 5 años de edad.

A pesar de que Latinoamérica cuenta con alrededor del 31 por ciento de las fuentes de agua potable en el mundo podría ser una de las regiones más afectadas en una eventual crisis provocada por cambio climático. Las proyecciones muestran que habrá escasez de agua en los Andes, donde el retroceso de los glaciares y las sustanciales reducciones de los patrones de precipitaciones han afectado el suministro de agua significativamente durante los últimos siete años.

El desafío es mejorar la forma en que se gestionan los recursos hídricos y se construye la infraestructura, sistemas de almacenamiento y distribución con la finalidad de fomentar el crecimiento económico de una manera sostenible ecológicamente y socialmente incluyente.