Por José Luis Flores
Uno de los desafíos más bellos en mi vida ha sido el pensar sobre educación, la historia de esta y el futuro que soñamos para nuestros hijos, y a través de ellos, para nuestro mundo. Es imposible pensar este porvenir sin pensar en nuestras instituciones de enseñanza.
Voy a jugar un poco con la historia, para valorar el espacio donde hoy me paro. Es que el concepto de agrupar a los estudiantes en un lugar centralizado para el aprendizaje existe desde la antigüedad clásica. Las escuelas formales han existido al menos desde la antigua Grecia, la América precolombina, la antigua India y la China clásica. El Imperio Bizantino tenía un sistema escolar establecido que comenzaba en el nivel primario, un sistema educativo bizantino continuó hasta el colapso del imperio en 1453 d.C. En Europa occidental, se fundaron un número considerable de escuelas catedralicias durante la Alta Edad Media para enseñar a los futuros clérigos y administradores, y las escuelas catedralicias más antiguas aún existentes y en funcionamiento continuo.
La asistencia escolar obligatoria se hizo común en algunas partes de Europa durante el siglo XVIII, lo que aumentó en los siglos siguientes en paralelo a la industrialización de occidente. En este modelo, que fue muy útil para la alfabetización de los trabajadores, tenía límites importantes en cuanto al desarrollo humano. En este modelo el aprendizaje es la adquisición de conocimientos, las clases se daban en forma mecánica, memorística y coercitiva.
La escuela se veía como el único lugar donde se podía aprender, el profesor era considerado el centro de la enseñanza usando el método expositivo, paternalista y coercitivo, el alumno es obediente, pasivo, receptor dela información, sujeto a normas rígidas y castigos. Un modelo porque muchos de nosotros nos formamos.
Lo que he aprendido en mis años en el Colegio Altamira, como colaborador, como educador y finalmente como apoderado, es que la escuela trasciende las tareas y el estudio de las áreas académicas o la jornada laboral de los maestros, es un ambiente para compartir: estudiar, trabajar, crecer, hacer amigos, conectarse con las propias metas y lo que es más importante, ser feliz.
Creo que estamos en un espacio de crecimiento permanente, un espacio donde se permite una interacción y un ambiente de confianza y de respeto, incluso admiración entre los distintos caminos de aprendizaje. Tanto entre los alumnos, como de estos con sus maestros. Pero lo que me importa más es remarcar el rol del profesor, quien aparece como un transformador, orientador, facilitador y guía.
En el Altamira no creo que tengamos todas las respuestas, pero si estamos en busca de mejores preguntas. He visto como un estudiante bien estimulado es capaz de crear su propio camino de aprendizaje, apropiando para su vida lo que va experimentando. Pues hay un respeto fundamental por ese ser que está en proceso de desarrollo, que formula sus propias hipótesis y que participa activamente en su comunidad.