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Desde hace bastante tiempo se plantea que las profesiones del siglo XXI serán muy diferentes a las del siglo XX. Teóricos de la educación como Edgar Morin y organizaciones como la OECD han planteado conjuntos de habilidades para estos nuevos tiempos. Fernando Flores y Gray, entre otros, plantearon hace casi 25 años atrás que las carreras de este siglo ya no podrían basarse en empleos estables como se acostumbraba en el siglo pasado.

Una manera de aunar estas miradas es darse cuenta que el conocimiento ya no está al centro del desarrollo profesional. El cambio acelerado, social y tecnológico, que vivimos hace obsoleto el conocimiento cada vez más rápidamente. La antigua frase ”el conocimiento es poder” parece equivocada cuando podemos comparar “lo que yo sé” con lo que Google me puede responder en centésimas de segundo. Además, este planteamiento se ha hecho más urgente con la aparición de los nuevos desarrollos de inteligencia artificial en el procesamiento de lenguaje natural, ejemplificado en ChatGPT.

Por ello es que se hace urgente que la educación formal dedique esfuerzos en cultivar habilidades en nuestros estudiantes.

¿Qué quiere decir esto para las escuelas? Esta es una pregunta que siempre será pertinente hacerse por el contexto de cambios que vivimos y seguiremos viviendo, así es que lo que propongo como respuesta es, necesariamente, incompleto.

Por un lado, el énfasis en habilidades no quiere decir que “adquirir conocimiento” deba quedar completamente relegado de las escuelas. Por supuesto que no. El conocimiento no solo es valioso por sí mismo, sino también porque la adquisición de ciertos conocimientos introduce a los estudiantes a tradiciones culturales fundamentales de nuestra cultura. Por ejemplo, el abecedario y las tablas de multiplicar, son ejemplos de elementos mínimos que se requieren para el mundo que vivimos, no solo como elementos estáticos sino también porque el aprender a leer y el aprender a multiplicar, como prácticas, son parte del acervo mundial de nuestro mundo de seres humanos. 

Por otro lado, requerimos dedicar mucho más tiempo a aprender habilidades que solo se cultivan en la repetición en situaciones prácticas. Es obvio que solo podemos aprender a nadar metiéndonos al agua y chapoteando, o que aprender a tocar guitarra no se puede hacer solo leyendo sobre la guitarra. Muchas de las habilidades que se identifican como necesarias actualmente, requieren práctica, repetición, perseverancia, más allá de entender los conceptos. “Trabajar en equipo”, por ejemplo, es algo que siempre se requiere, se pide o se exige, en contextos educativos o laborales, pero es una habilidad que solo se puede cultivar mediante la práctica de ella. No ayuda mucho leer sobre “liderazgo”, por ejemplo, si no tengo un espacio cuidado y contenido para practicar liderar un equipo en torno a un objetivo.  

En el caso del Colegio Altamira, por ejemplo, preparar el Acto de Septiembre que hacemos cada año, es en sí mismo un acto educativo en este sentido. Son horas de estudio, preparación, ensayo y error, en equipos distribuidos por todos los niveles del colegio, para realizar un trabajo distinto cada año, lo que lo convierte en un gran entrenamiento de trabajo en equipo, pensamiento creativo, aprender del error, navegar la incertidumbre, entre otras habilidades.

Estoy seguro que todo este planteamiento es sabido y compartido por usted. El punto precisamente es que NO es suficiente entenderlo y saberlo. Necesitamos cambiar nuestras prácticas de manera que el juego, la experimentación, el ensayo, la experiencia de practicar esas habilidades buscadas estén más presentes en nuestras escuelas y universidades. Y también en nuestros hogares.