Durante miles
de años ser mujer es este planeta ha sido mucho más difícil que ser hombre.
Durante miles de años, las mujeres han hecho labores en silencio, casi invisibles, sin que
nadie les dé las gracias, sin que nadie las felicite, las destaque (*).
Por Luis Alberto Tamayo, Escritor, Premio Altazor 2014, Cuentacuentos del
Colegio Altamira
Los seres
humanos tienen una extraordinaria capacidad de aprender, todos, hombres y
mujeres podemos mejorar las cosas,
mejorar cada minuto de la vida y ser más felices.
Hoy
conmemoramos, recordamos a las mujeres,
la mitad de la humanidad. Hoy saludamos a la compañera de curso, a la
tía, a la madre, a la abuela, a la
campesina, a la trabajadora, a la mujer policía, a la mujer conductora de un
bus del Transantiago; saludamos a la profesora, a la bibliotecaria,
a la pianista y a la instructora de parapente y a la médico…
Las saludamos,
las destacamos como una forma de reparar algo, como una forma de enmendar,
sanar una herida… Durante miles de años ser mujer es este planeta ha sido mucho
más difícil que ser hombre. Durante miles de año las mujeres han hecho labores en silencio, casi invisibles, sin que
nadie les dé las gracias, sin que nadie las felicite, las destaque.
En la
antigüedad, si nacía un niño todos cantaban y reían felices porque había nacido
un guerrero feroz para defender a la tribu, al clan, al pueblo. Si nacía una mujer no había fiesta, había
nacido sólo una cocinera, una curadora de heridas una lavadora de ropa, una tejedora silenciosa. Las
mujeres eran consideradas seres de segunda clase. Así era… Los lugares de privilegio eran para los
hombres. Los hombres podían andar libres por la ciudad a cualquier hora de la
noche, las mujeres no. Ellas debían
estar en casa antes de que se entrara el sol. Los hombres iban a
la escuela y aprendían a leer, las mujeres no. Ellas
debían aprender solas y a escondidas. Cuando un hombre hablaba, todos se
callaban y ponían atención; si hablaba una mujer, todas las otras personas también hablaban, rezongaban,
se reían, murmuraban, cuchicheaban. ¿Para qué iban a escuchar si sabían
que de la boca de una mujer no saldría
nada importante?
En Inglaterra
en el siglo XIX, una mujer, Amandine Lucile Dupin, tuvo la idea de
vestirse de hombre para que en una
reunión la escucharan. Ella escribió
libros y, para que los leyeran, se inventó un nombre de hombre: George
Sand. Ella iba por la vida vestida de
chaqueta sombrero y bastón, sólo para que la escucharan.
En Chile, en
el siglo XIX, Eloísa Díaz quiso estudiar
Medicina, pero le dijeron que los médicos
solo podían ser hombres. Ella insistió y demostró que tenía
aptitudes, pero no la dejaban. Después
de discutir y preguntar mil veces “¿por qué no?”, la dejaron entrar a la sala de clases y
sentarse en un rinconcito a tomar notas en su cuaderno. Un sabio profesor le
gritó indignado que se fuera a su casa
a cocinar y a zurcir calcetines. Pero ella no se fue y se tituló de médico.
Pleno siglo
XX, Joanne Rowling, tuvo que firmar su libro “Harry Potter y la Piedra Filosofal”
como J.K Rowling, porque le dijeron que nadie compraría un libro escrito por
una mujer, su bello nombre Johanne, lo
escondió en una J.
Así ha sido la
historia. Tenemos que reparar esto, las
niñas y los niños deben tener las mismas oportunidades, las mujeres y los
hombres deben colaborarse para que a
ninguno le toque siempre lo más difícil, lo más
cansador, lo más latero. Las
niñas y los niños deben ser cuidados; nadie tiene derecho a dañarlos. Las
mujeres que nazcan a la vida en este siglo XXI deben saber que tienen un sitio justo junto a los varones,
deben saber que siempre serán respetados sus derechos y que podrán estudiar lo
que quieran, ir donde quieran, vestirse
como se sientan felices y cómodas.
Hombres y
mujeres rodando por el universo arriba de
este planeta, ambos como pasajeros de primera clase, iguales en derechos, obligaciones y oportunidades.
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Este artículo fue leído este año por su autor a todos los niños y niñas del Primer ciclo durante la conmemoración del 8 de marzo de 2019 en el Colegio Altamira