Por: José Luis Flores
El juego es una actividad fundamental para el desarrollo humano. Comúnmente se juega para divertirse, entretenerse, compartir, sociabilizar. También hay quienes afirman que se juega principalmente para aprender o quienes lo definen como una actividad voluntaria, esencialmente social y vinculante, en la que construimos el tejido de relaciones sociales y aprendemos pautas de comportamiento, valores, etc.
Por su parte hay quienes destacan el juego como un medio fundamental para la estructuración del lenguaje y el pensamiento, el cual posibilita aprendizajes de fuerte significación, reduciendo la sensación de gravedad frente a errores y fracasos; e invitando a la participación por parte del jugador, desarrollando de esta manera la creatividad, competencia intelectual, fortaleza emocional y estabilidad personal. En fin, se puede afirmar que jugar constituye una estrategia fundamental para estimular el desarrollo integral de las personas en general.
Con todo, las nuevas metodologías han llegado para quedarse. La nueva forma de entender la educación como algo en continuo cambio ya no puede esperar más, y cientos de docentes en nuestro país optan por formarse y aplicar estas nuevas metodologías activas. El Aprendizaje Basado en Juegos (gbl, en inglés) y la Gamificación (o ludificación) son dos ejemplos concretos y efectivos que benefician los procesos de enseñanza-aprendizaje de nuestros estudiantes.
Debido a su relación con el juego muchas y muchos docentes confunden o fusionan estas metodologías, pero vamos a mirarlas y poquito:
El Aprendizaje Basado en Juegos es la utilización de juegos como vehículo y herramienta de apoyo al aprendizaje, la asimilación o la evaluación de conocimientos. Usamos, creamos y adaptamos juegos para utilizarlos en el aula.
La Gamificación en cambio, es la aplicación de las técnicas del diseño de juegos en entornos que no son estrictamente lúdicos, utilizándose generalmente para mejorar los procesos de aprendizaje, pero no creando un juego completo en sí mismo, sino con la inclusión de determinadas mecánicas de éste.
Ambas herramientas permiten darle dinamismo y variables lúdicas a formatos de enseñanza tradicionalmente considerados como rígidos y serios, al incluir elementos propios de los videojuegos como el motivar a través de “metas y objetivos”, “reglas”, la “libertad de acción”, la “libertad a equivocarse”, realizar actividades “competitivas o colaborativas”, trabajar con un “tiempo limitado” para cumplir ciertas metas; dar espacio a la “narración” de escenarios posibles de la realidad, así como a la “retroalimentación”, la visibilización del “progreso”, las “recompensas”, y las sorpresas”; todos recursos que sin duda que alimentan nuestra curiosidad por aprender y terminan motivándonos y enriqueciendo nuestra educación y forma de relacionarnos con otras personas tanto en la escuela como a lo largo de la vida.
Dentro de este contexto, es necesario hacer un alto y preguntarnos ¿Cómo podemos utilizar el juego como experiencia de aprendizaje? Lo primero que hay que tener claro es para qué usar el juego, cuáles son mis objetivos. Los juegos son un potente motor de desarrollo del aprendizaje, tienen siempre un objetivo con un potencial formativo muchas veces impensable: el juego nos invita a estar consciente de los procesos formativos y de socialización, dinamiza y nos desafía a mejorar constantemente.