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José Luis Flores es escritor, investigador y creador de juegos como Mitos y Leyendas.

 

 

Naciones y pueblos han escogido un millar de formas para crear pertenencia y formar una narrativa en común que una a quienes habitamos dentro de sus fronteras. Sin embargo, todos estos símbolos son vacíos si es que no llegan a las bases, si no se transforman en verdaderos mitos fundadores, capaces de hablar con el alma de la colectividad.
En mi cacería de nuestro ser mitológico, hoy quiero convocar a los hermanos Grimm; famosos mitólogos, filólogos, folcloristas, lexicógrafos y escritores, que durante la mayor parte de su vida coleccionaron y publicaron una gran diversidad de cuentos arraigados en las diversas tradiciones germánicas.
Jacob, Wilhelm y Ludwig nacieron y se criaron de una familia de la burguesía intelectual alemana, en una época en donde la identidad alemana estaba fragmentada y disminuida. Mientras los jóvenes se desarrollaban, Prusia fue invadida y ocupada por el ejército napoleónico, lo que activa una potente resistencia alemana que habla constantemente de entregarse a Alemania de cuerpo y alma. Sin embargo, los grandes constructos intelectuales fracasaban a la hora de integrarse a un entorno popular.
Mirando este fracaso los hermanos mayores se lanzaron en busca del alma de su nación, primero cada uno en sus propias carreras: Wilhelm Grimm se centró en el estudio de la tradición medieval, mientras que Jacob Grimm se orientó hacia la filología con un importantísimo trabajo sobre historia de la lengua, mientras que Ludwig se dedicaría al grabado y la pintura. Estos importantes esfuerzos bastarían para darles un lugar en la historia literaria germánica, sin embargo, tanto Jacob como Wilhelm vieron algo más: el valor de la poesía y la narrativa popular, como una fuerza superior a la literatura culta en tanto es una genuina expresión del espíritu del pueblo. Esto es sumamente importante, pues buena parte de su éxito como transcriptores y compiladores de la tradición oral procede precisamente de su criterio, novedoso en la época, de respetar al máximo la frescura y espontaneidad de los cuentos tradicionales, en lugar de someterlos a artificiosas reelaboraciones literarias.
En 1812, los hermanos Grimm editaron el primer tomo de Cuentos para la infancia y el hogar, en el cual publicaban su recopilación de cuentos, al que siguió en 1814 su segundo tomo. Su última edición supervisada fue 1857. Las historias venían del mundo germánico oriental, del mundo nórdico y también de los pueblos germánicos de occidente, lo que les hizo compartir muchas historias con el mundo francés. Esto significó que en sus colecciones originales también estuviesen historias como Caperucita Roja y Barba Azul, que en tiempos de pureza germánica fueron eliminados.
La burguesía no estaba feliz, por supuesto. Estos cuentos venidos de la tradición rural que eran propias del pueblo no se ajustaban a la vida en la ciudad. La colección de cuentos era condenada por maestros, padres de familia y figuras religiosas debido a su crudo e incivilizado contenido, ya que representaba la cultura medieval con todos sus rígidos prejuicios, crudeza y atrocidades.
El fuego de la censura hizo poco por detener la popularización de los cuentos, su adaptación y su copia. Sería a partir de 1825 cuando alcanzarían mayores ventas, al conseguir la publicación de Pequeña Edición de 50 relatos con ilustraciones fantásticas de Ludwig. Esta era una edición condensada destinada para lectores infantiles, si bien modificada y acomodada a los tiempos que corría, se transformaron en la base de del cuento de hadas.
Estos mitos condensados resonaron en grandes y pequeños, probando que nadie escapa de la magia de los cuentos, al oírlos los adultos nos transformamos en niños y los niños comienzan a integrarse a su sociedad. En la formación del niño esto último es fundamental, pues la oralidad de los cuentos lo acerca no solo a la anécdota del cuento, sino que a la historia misma de la humanidad. Pues el niño al enfrentarse a estas historias va entrando en un mundo de misterios, mismo que encierra ese pasado que no vivió.
Aquí está el triunfo tanto de los Grimm, como del cuento de hadas en general, sobre la literatura formal: los cuentos no se explican, pues el viaje de quien lo lee o escucha es única y no necesita una bajada moral. A nuestros niños debemos narrarles los cuentos de manera honesta, y luego invitarlos a ellos que vayan contando por si mismos. Así ellos comienzan un camino de apropiación, enseñándose a si mismos y luego a sus pares. El mito en común renace toda vez que alcanza una nueva voz, regresando a la tradición oral, de la cual nació.