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Invitamos a abuelos/as de estudiantes a recordar y revisitar aquellos lugares que disfrutaban, y contarnos cómo se relacionaban con la naturaleza, compartir los cambios que observan y un legado para la generación de ahora enfrentada a la necesaria restauración de ambientes naturales.

Mi nombre es Amanda Jara y soy la abuela materna de Constanza, estudiante del Segundo Medio B, Colegio Altamira. 
Mis mejores recuerdos de infancia y adolescencia están principalmente referidos a los colegios donde estudié.
Recuerdo con nostalgia los inviernos fríos y lluviosos cuando al hablar salía vaho o vapor de la boca y hacíamos verdaderas competencias con algo tan simple. En verano salíamos, con primos y amigos, en bicicleta por las calles pedregosas de mi barrio y los dueños de las quintas y parcelas nos regalaban flores y frutas, volvíamos a casa llenos de regalos, felices y empachados de tanto comer damascos, ciruelas y duraznos.
En aquellos tiempos, los límites de las parcelas se marcaban con zarzamora o cercos naturales, como se llaman ahora, y nadie temía que algún amigo de lo ajeno los despojara de sus pertenencias.
Mi principal entretención era leer, comencé con las listas de lecturas de la asignatura de castellano de mis colegios y seguí por mi cuenta con los clásicos de la  literatura universal.
Muchos personajes de estas novelas marcaron mi adolescencia,  mi paso por la universidad y mi vida entera.
Indudablemente, la ciudad de Santiago ha cambiado así como todo el país. El asfalto o pavimento cubre casi todas nuestras calles y los cercos de las casas, condominios o bloques de edificios son de rejas altas y resistentes. Prácticamente, no abundan los árboles frutales y la vegetación es cada vez más escasa.
Sin embargo, siempre he creído que lo bueno, lo maravilloso, lo increíble siempre está por suceder y que si lo pasado fue grato, lo verdaderamente asombroso es hoy o mañana. Esto me gustaría legarle a Constanza, la fe indestructible en el futuro, la esperanza del devenir y en que en cada década o etapa de la vida todo está por hacerse.
Mi segundo legado está en los libros y abrirse a esos mundos que solo la literatura es capaz de recrear.

El legado en video de Carlos Cabrera, el otro abuelo materno de Constanza

Cuando era niño vivía en el paradero 13 de Gran Avenida. Ahí llovía, realmente llovía y hacía mucho frío en el invierno. Por las mañanas podías pisar la escarcha camino al colegio y escuchar ese exquisito crujir. La oscuridad de la noche, era profunda y fantástica como para estimular fantasías y disfrutar las estrellas. En los patios corrían las asequias, quizás quienes viven en departamentos ni sepan lo que es, pero eran aguas para regar los plantíos de cada habitante en su patio. Todos los días, sacaban leche de las vacas y se podía comprar directamente en la lechería.
Había fardos de alfalfa y jugábamos en esos lugares…
Más recuerdos de cómo era el mundo hace unos años, antes de estos cambios climáticos y la invitación a “curiosear” aquí  (Mira cómo continúa este relato)