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Contar cuentos es una actividad humana ancestral que nos define como especie. Contar, verbalizar, construir un mundo, o reflejo del mundo – con palabras – es una maravilla de la creación humana

La  narración oral forma parte de la  experiencia de hombres y mujeres de compartir los conocimientos, los juicios, las percepciones, la  cronología, las creaciones explicativas de la vida a las generaciones que vienen, antes que la muerte los sorprenda.

Así se construye el cuerpo llamado memoria colectiva. Se aprovecha lo sentido, creado, imaginado, explicado y resuelto por los que vivieron antes, por los asombrados en las cavernas o por la perpleja Hipatia de Alejandría.

Antes de la escritura la narrativa oral era la clave del quehacer humano. En los clanes existían los encargados de cuidar la memoria, las  generaciones pasadas, los ancestros, la vida de cada individuo, sus alegrías, sueños, dolores, triunfos y derrotas quedaba en un relato aprendido de memoria. Lenguaje lleno de nemotecnia, rima, ritmo, símbolos. Hombres parlantes, ancianos que guardaban toda la memoria, “el Gran Cuento” de la tribu. 

Con la invención de la  escritura este relato pudo ser plasmado en una memoria tangible, copiable, trasladable en el espacio, pero también  vulnerable al fuego, la humedad o las agentes biológicos descomponedores. Una memoria trasladable en el tiempo, una memoria disponible, permanente para ayudarnos a iluminar cuando vemos todo oscuro. “Nada Nuevo Bajo Sol”, nada nuevo, siempre encontraremos en la historia una situación parecida, equivalente, homologable. La narrativa de la vida es la música de fondo de la existencia.