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Los libros son peligrosos, hacen que las personas piensen
cooperativamente, que ocupen los aportes de los ausentes ya muertos o muy
lejanos en la geografía o perdidos en el fondo de los años. Claro, antes existieron otros, simpáticos,
chispeantes y pensantes seres, que hoy vienen a ayudarnos a tejer nuestro nuevo
relato. Ellos ya no están, pero dejaron
sus opiniones escritas en libros. 

Hablemos de libros

Por Luis Alberto Tamayo    

Del peligro de los libros trata esa aterradora novela del escritor
estadounidense Ray Bradbury, “Fahrenheit 451”. Es literatura de  anticipación, de  ese pedazo de tiempo que  aún no  llega , pero que podemos acercarnos  a él viajando en la imaginación  de 
esos  seres  chamánicos 
que pueden asomarse al futuro. Vate, viene de vaticinar, adelantar el
futuro.

Bradbury avizora un futuro, lamentablemente, no muy distinto del pasado
y el presente.  Los que tomaron el poder
destruyeron la biblioteca de la ciudad de Alejandría, año 48 a c, sabían lo que
hacían. El conocimiento asusta a los vulgares, a los seres básicos que solo ven
blanco y negro. Después, en la Edad Media y el Renacimiento, vinieron los juicios
de la inquisición católica, listas de libros prohibidos y quemados. Se negó el
conocimiento para tener el control de las vidas de otros y, de paso, mantener
los privilegios de una casta.

Libros quemados en las calles y plazas por los soldados de los
dictadores latinoamericanos.  Bradbury pone
al ser humano al centro de su literatura, el ser y su devenir y sus conflictos,
la vieja pregunta de cómo vivir. 

Las máquinas, a tecnología, los milagros que manan de la ciencia van en
segundo plano.  En los relatos de Bradbury
estamos en el futuro. Sí, lo sentimos, hay cosas nuevas desconocidas, pero está
la montaña, el agua, el  viento  y el fuego 
que  siguen siendo los mismos  y que nos recuerdan que  esos 
humanos  son los mismos, nosotros
los  antiguos  que 
hemos  devenido en eso.

Hay naciones, ciudades, leyes, partidos políticos, corrientes
filosóficas, funcionarios.  Hay leyes que
mandan a quemar libros porque los libros hacen daño a las personas, ahora los
bomberos no son para apagar incendios sino para provocarlos y el papel arde
exactamente a los 451 grados Fahrenheit.

Las casas y edificios son de material incombustible, pero el papel arde y
al quemar libros se asegura la continuidad del estado de cosas, la sociedad de
la calma, la abulia, la tranquilidad no será alterada por acciones nacidas de
malas ideas aprendidas en libros. Un aterrador presagio del maestro Ray
Bradbury escrito en una prosa diáfana que salta del idioma inglés al español y mantiene
su tersura conceptual.  Ray, fallecido el
2012, quiso que en su tumba dijera solo: “Aquí yace el autor de Fahrenheit 451”.
Así lo conocían todos a pesar de ser autor de una decena de buenos textos: “Crónicas
Marcianas y “Las doradas manzanas del sol” entre estas. En este último texto aparece
el extraordinario cuento “El Ruido de un trueno” donde el autor se adelanta a
la teorización sobre el “Efecto Mariposa”, formulado años más tarde.

Para jóvenes de todas las edades Ray Bradbury nos espera en las pantallas
de cualquier computador.