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En
mayo, la alumna del Nido de Águilas Katherine Winter se suicidó en el baño de
un Starbucks, un día después de ser el blanco de una serie de mensajes
agresivos en un grupo de Facebook de alumnos del colegio. Este reportaje,
confeccionado a base de testimonios de compañeros de curso, amigos y apoderados
—que por primera vez se atreven a contar los detalles del caso—, narra el
calvario que vivió Katherine en sus últimos meses, en los que incluso llegó a
presentar en clases un cuento sobre una adolescente suicida. También describe
las dinámicas de acoso y ciberbullying en el colegio que su muerte sacó a la
luz. 

Fuente: The Clinic*

En
mayo, la alumna del Nido de Águilas Katherine Winter se suicidó en el baño de
un Starbucks, un día después de ser el blanco de una serie de mensajes
agresivos en un grupo de Facebook de alumnos del colegio. Este reportaje,
confeccionado a base de testimonios de compañeros de curso, amigos y apoderados
—que por primera vez se atreven a contar los detalles del caso—, narra el
calvario que vivió Katherine en sus últimos meses, en los que incluso llegó a
presentar en clases un cuento sobre una adolescente suicida. También describe
las dinámicas de acoso y ciberbullying en el colegio que su muerte sacó a la
luz.

Veinte días antes del final, el 2 de
mayo, Katherine Winter, de 16 años, redactó un cuento para la clase de
Literatura Inglesa del colegio Nido de Águilas. El relato, de varias carillas,
contaba la historia de una adolescente atormentada por su expareja, que decidía
quitarse la vida.

—Yo estaba allí cuando lo escribía. Le
dije: “Katy, es un poco oscuro…”.

La historia la cuenta E., un alumno
del curso de Katherine. A pedido de su madre, en este artículo no se identificará
su nombre ni su género. Es la primera vez que habla del tema, luego de varias
semanas de terapia, en que le diagnosticaron depresión. Está sentado en un
sillón y mira al piso, mientras su madre lo escucha reconstruir la historia que
preferiría no saber. Mientras lo hace, E. juega con su smartphone; lo va
pasando de una mano a la otra. En él, ha visto mensajes de gente anónima
culpándolo de la muerte de su compañera. Varios alumnos del colegio han
recibido ese tipo de comentarios, por Instagram y por Facebook.

A E. no le sorprendió lo que narró
Katherine en su cuento suicida. Aunque sus amigos la consideraban una joven
alegre y risueña, su vida comenzó a oscurecerse en noviembre del año pasado,
luego de intentar terminar, en varias ocasiones, una relación tóxica. Una de
las cosas que más la angustiaban, asegura E. y también otros amigos, era que
había recibido amenazas de que sus packs serían subidos a Instagram. Packs es
el término en clave que ocupan los adolescentes para intercambiarse fotos con
poca ropa, y no ser detectados por adultos.

Katherine lo habló con sus padres y le
pidió ayuda a la psicóloga del colegio para terminar esa relación, pero su
cambio en los últimos seis meses, cuentan sus amigos, fue dramático: empezó a
cortarse los brazos, y en el último verano, dice E., ya había pensado
seriamente en suicidarse. Según sus amigos, era independiente para su edad: iba
a fiestas, se movía en Uber a todas partes; a los 16 años viajó con la familia
de una amiga a Europa; su madre y su padrastro —ella abogada, él ingeniero—,
viajaban bastante. A su padre biológico casi no lo veía.

L. tiene 16 años, conocía a Katy desde
que era una niña y solían irse de vacaciones juntas; la última vez, en
diciembre, a un crucero por el Caribe. Katherine le contaba sus martirios a L.:
los cortes en los brazos, las cosas que toleraba para ser aceptada en su curso.

—Algunas mamás no dejaban a sus hijas
juntarse con Katy, porque si las cachaban curadas la culpaban a Katy. Decían
que ella las había obligado a tomar… —dice—. Una mamá le dijo a Katy que era
una mala influencia. Las demás la culpaban y sabían que no iban a perder nada,
porque ella siempre quería caerle bien a todos.

L. también ha ido al psicólogo, para
poder aceptar todo. Está sentada en la cocina de su casa, y su hermana mayor la
mira en silencio, mientras dice que hay cosas que no entiende: por ejemplo, por
qué desde la muerte de su amiga ha recibido más de 300 solicitudes de
desconocidos en Instagram, y mensajes de todo tipo. Por qué las canciones de
Katherine ahora tienen miles de reproducciones en Youtube. Por qué tantos
comentarios, rumores.

En el crucero, al que fueron con los
papás de Katherine, las dos amigas conocieron a F., un joven israelita de 17
años que, como Katherine, escribía canciones. Desde entonces, Katherine y él
conversaban todos los días por chat o por videollamadas. F., que había sufrido
ya el suicidio de un amigo, sabía qué decirle para sacarla de sus momentos
oscuros.

—Ella me decía que algunas personas se
reían de ella. Que la llamaban puta o perra, a sus espaldas y a veces cuando
estaba cerca… —dice F., muy consternado, desde su casa en Even-Yuheda, un
poblado cerca de Tel Aviv—. Me decía que siempre estaban expandiendo esos
rumores sobre ella. Creo que ella escondió mucho de su depresión adentro, hasta
que estalló.

Sentado en el living de su casa, P.,
otro estudiante del curso de Katherine, confirma su tormento. Dice que nunca
hubo bullying abierto contra ella, pero sí situaciones que la lastimaron.

—Creo que si otra niña hubiera estado
en la situación en que estaba Katy en diciembre, se suicidaba también. Ella
estaba muy sola, muy mal. Las veces que me decía “me voy a matar”, siempre
pensé que no… cuando se empezó a cortar me empecé a dar más cuenta. Ella decía
“no aguanto más, no sé cómo salir de esto”.

En febrero, Katherine intentó salirse
de las redes sociales, pero solo aguantó un par de semanas: la mayoría de las
interacciones sociales en su colegio —como en todos los demás— eran a través de
Instagram, Snapchat y Facebook. Allí recibían los alumnos las invitaciones a
las fiestas, y publicaban las confesiones anónimas sobre las cosas que pasaban
en ellas.

El grupo de Facebook que manejaban los
alumnos de su colegio tenía un nombre secreto, Millard Forso, para que ningún
padre o directivo pudiera detectarlo. La foto de perfil era el logo del
colegio. Manejado por alumnos seniors —como se les llama en el Nido de Águilas
a los de cuarto medio—, se posteaban en él, entre otras cosas, mensajes de
alumnos jactándose de sus conquistas, comentarios sobre los cuerpos de las
freshies —alumnas de primero medio—, o situaciones de carácter sexual que
habían ocurrido en las fiestas durante el fin de semana.

No era el primer grupo así en el
colegio: en Facebook e Instagram aún están online otros seis de generaciones
anteriores, con dinámicas similares a las que existían en Millard Forso.

Del grupo “Confesiones Nido de Águilas
MS”, activo en 2013:

Confesión 30. Confesamos que la XX es
una suelta de mierda que se come a wnes en todas las fiestas #puta

-la cagó, verda?

Confesión 24. Confieso que la XX está
enamorada del XX sólo que ella no lo quiere admitir porque piensa que su
“reputación” se va a joder.

-de q reputación me estay hablando???
tiene???

Del grupo “Confesiones Colegio Nido de
Águilas”, activo en 2015:

#367 estoy necesitado, freshie mas
facil?

Del grupo “Confesiones Nido de Águilas
2015”:

#106 Confieso haberme aprovechado de
una freshie incociente en mi cumpleaños. Hehehee

#412 Fuck XX she is a slut, us seniors don’t want her to hang with us

#615 Confieso que vi una foto del trip
de Rugby donde la XX tenía cara de caliente y un niple afuera #queascodemina

La dinámica, que se repite en otros
grupos similares en colegios y universidades de todo el país, es siempre la
misma: los alumnos envían sus confesiones a la página, y los moderadores del
grupo se encargan de publicarlas de forma anónima, agregando a veces algún
comentario.

Una de las últimas cosas que vio
Katherine en su vida fueron las confesiones sobre ella.

…………………….

* Compartimos este reportaje para provocar la reflexión de nuestra comunidad  respecto a esta seria problemática. Es fundamental que cada uno/una de nosotros/as ejerza un rol preventivo a través del diálogo con nuestros/as jóvenes, niños y niñas en el hogar para evitar que que el ciberbullying siga sucediendo en Chile.

Para leer el reportaje completo, pincha aquí