Violeta de Chile nació en 1917, el mismo año en que los obreros y campesinos rusos hacían una revolución que prometía igualdad y justicia. No pasó eso y la Unión Soviética ahora sólo aparece en los libros de historia. En Chile, diez años antes que naciera Violeta, el ejército había masacrado a los obreros de la pampa en la Escuela Santa María en Iquique.
Por Luis Alberto Tamayo
En 1917, todavía suenan los cañones de la primera Guerra Mundial, cañones que se apagarán por pocos años hasta que en 1940 comenzó la expansión de la Alemania nazi.
Esos son los años de la infancia y juventud de Violeta Parra. Chile país, atrasado, sin redes de carreteras, sin industrias, sin hospitales dignos.
Los pobres parecen estar condenados a seguir siendo pobres. Entonces, nace Violeta; la vemos caminando tras su hermano Nicanor, cantando en las calles por monedas, muchas veces sin zapatos, con la cara picada de viruela. Ella mira y tiene oído y “graba noche y día, grillos y canarios,
martillos, turbinas, ladridos chubascos” (“Gracias a la vida”).
Violeta escucha, mira, reflexiona crea con la fuerza de un volcán. Comenta, y cuenta. Violeta pinta, borda, baila, escribe en décimas, escribe cartas, escribe canciones.
Ella no escribió cuentos ni novelas ni obras de teatro, ella hace canciones y ahí da cuenta de su tiempo.
Violeta cronista de su tiempo. Podemos saber lo que la gente pobre piensa y siente en Chile en la mitad del siglo XX. Podemos saber cómo viven los desamparados, podemos ver su marco de ideas, qué piensa de la vida, de la justicia, de la religión. Todo está allí, todo aparece en sus canciones.
Ella es cronista del amor y del desamor. Los años centrales de ese siglo que prometía tanto quedan registrados.
La historia es comunitaria, colectiva y también individual y Violeta la sume en esas dos facetas.
Violeta se enamora, hace planes y, a veces, las cosas no salen como era de esperarse. Entonces, ella blasfema con rabia, descontrolada e hiriente. Ella injuria y maldice con certeza, se aplica en maldecir. Está herida y no se salva nadie. Violeta conoce el lenguaje y lo usa con maestría, cada palabra cae con precisión de erudito.
Si vamos a hacer daño, haremos todo el daño, elegantemente. “Maldigo del alto cielo”, maldita la naturaleza, maldita la cultura, maldita la vida, malditos los señores , malditos sacristanes, maldigo el vocablo “amor”, con toda su porquería.
Gabriela Mistral registra el desamor(“el pasó con otra yo le vi pasar”), Alfonsina Estorni registra el desamor. Violeta lo hace con su sello, eso siente, piensa una mujer herida en medio del siglo XX.
Óscar a la mejor actriz extranjera, película “El secreto de sus ojos”. Todo el dolor de Violeta sigue siendo dolor actual.
Violeta canta para comer, para vivir. Violeta compone sus propias canciones para contar lo que ve. Recorre Chile cantando mirando narrando. Ella viene del sur y un viaje al norte la deja pasmada: Aquí la pobreza es peor que la que ella conoce del sur.
Ahora no hay ni árboles, ni arroyos con agua cristalina, no hay cantos de pájaros, sólo los cerros desnudos, las piedras… Y, en medio de eso, la gente pobre de la pampa. Crónica de violeta Parra.
Pintura de Carolina Busquets S.
Violeta vio al pueblo mapuche antes que nadie, cuando ser mapuche era una verdad silenciada. Ella va, comparte, mira escucha, toma los ritmos ancestrales y los hace canción.
Violeta sigue cantando y contando. La crónica de su paso por la tierra se cierra con esa larga carta de despedida que quizá nunca conoceremos. Carta en que seguramente nos recrimina por no entenderla, por no apoyarla lo suficiente en su empeño por describir el mundo, por hacerlo más bello y por cambiarlo en beneficio de la mayoría de la gente.
En cualquier cosa que hagamos, descubrimos que Violeta ya lo hizo antes.